Siempre
me ha parecido que, el que los seres realizados describan en detalle
como fue su realización, no sirve de mucho, incluso puede que sea
perjudicial. La mente crea expectativas y trata de reproducir las
experiencias, los fenómenos que ocurren, para engañar... para
enredar. En mi caso fue tal la naturaleza de mi experiencia
definitiva que dudo que nadie quiera reproducirla.
En
1996 Robert Adams me tenia cocinado, muy bien cocinado. Pero
voluntariamente decidí no dar, lo que podíamos llamar, “El paso
final” en ese momento. Porque y como forman parte de otra historia,
que contaré en otro momento.
En
el año 2010 a mi esposa Bibiana le diagnostican dos tumores
cerebrales inoperables y una espectancia de vida de unos pocos meses.
Después de cinco años batallando contra un cáncer de mama, de
repente tiene un desmayo en su trabajo y es trasladada en ambulancia
a la clínica, donde yo ya estaba a la espera. Un par de horas
después el medico me llama aparte para mostrarme los resultados del
TAC. Yo pensaba que esas cosas solo pasaban en las películas, pero
la pesadilla le estaba ocurriendo a mi personaje. Lo que seria la
peor época de mi vida había comenzado teniéndole que decir a
Bibiana, esa misma tarde, que su vida se estaba terminando.
Después
de un mes hospitalizada bajo cuidados paliativos, y aparentemente
restablecida, la dieron de alta y los médicos me dijeron que no me
preocupara, que cuando las cosas empezaran a pasar, volviéramos al
hospital y ellos se encargarían de todo.
Al
llegar a casa, Bibiana y yo decidimos que no volveríamos a un
hospital, que lo que tenia que pasar pasaría en nuestra casa y lo
pasaríamos juntos, que yo la cuidaría.
Para
evitar el drama, ya que esta historia no es acerca de eso, os
adelanto el desenlace. Después de 6 meses aparentemente tranquilos,
Bibiana trabajaba y disfrutaba de la vida con ciertas limitaciones.
Íbamos a terapias alternativas y manteníamos un hilito de
esperanza, confiábamos en un milagro. En Agosto toda esperanza se
vino abajo, en cuestión de pocos días el deterioro comenzó con una
rapidez inusitada, cogiéndonos por sorpresa.
Recuerdo
una tarde en que Bibiana me cogió de la mano me miro con pánico en
los ojos y me dijo “Luis, me estoy muriendo”.
Todo
sucedió como era de esperar, su deterioro constante y el aumento de
su dependencia en mi. En los días finales estaba ciega y no podía
hablar, aunque podía oír todas las palabras de amor que le decía,
lo se por que la calmaban. Nunca le hizo falta morfina, ni sedantes
fuertes. Estaba lucida. Así que el 7 de Diciembre de 2011 cogí su
linda cabecita en mis manos y le susurre al oído: “Bibiana, mi
amor, deja de luchar, no vale la pena, yo voy a estar bien y Dios te
esta esperando” Entendió perfectamente que había llegado el
momento de dejarse ir.
Pero
esta historia comienza de verdad en el momento en que Bibiana me dijo
“Luis me estoy muriendo”. Algo paso dentro de mi, muy dentro de
mi y pedí, pedí como nunca había pedido. No quería llegar a esa
etapa en mi vida creyendo que “Yo” iba a morir. Pedí a mi ser
que no me dejara en la ignorancia. Pedí a Robert Adams que me
ayudara. Con una fuerza que me sorprendió, pedí a lo que fuera que
no me dejara morir con miedo.
Y,
como cuando pedí conocer a mi maestro en la tumba de Lester
Levenson, la respuesta no se hizo esperar. El dolor de ver a Bibiana
muriéndose aumento hasta tal punto... Los pensamientos sobre lo que
debía haber hecho para ayudarla y los pensamientos acerca de su
irremediable muerte y del futuro sin ella. aumentaron hasta tal
punto. El sufrimiento de mi ego llego hasta un punto en que no podía
sufrir mas. Había llegado a mi limite. Y el fusible salto. Mi mente
ya no funcionaba, mi ego estallo en mil pedazos.
Empecé
a vivir en presente, segundo a segundo. No había pensamientos y al
no haber pensamientos no había sufrimiento. Pero eso no fue todo,
las situaciones tenia una belleza inusitada. Todo lo que me había
parecido terrible, injusto, anormal unos días antes, se me antojaba
preciosamente natural y fácil, perfecto. Bibiana y yo nos reíamos,
nos amábamos, yo disfrutaba de cada segundo, la miraba y la veía
tan bella, tan linda. Cambiarle los pañales, ayudar a la enfermera a
asearla, darle de comer, lo hacia todo con una entrega, con un amor
tan profundo, como nunca había sentido.
Yo
no tenia idea de lo que estaba pasando, pensé que me había vuelto
loco, que había perdido el norte. Pero no quería cambiar nada.
Empecé a vivir una doble vida, frente a los familiares y amigos
actuaba como el Luis de siempre, no quería que se dieran cuenta lo
loco que estaba.
Había
momentos en el día, cuando Bibiana dormía, que me sentaba en
silencio en mi despacho y me entregaba a eso que no entendía.
Desaparecía en un vació preñado de paz, me entregaba total y
completamente. En un principio tuve miedo de desaparecer
definitivamente y dejar sola a Bibiana. Pero me fui dando cuenta que
este vacío era sabio y volvía a crea a Luis en el momento adecuado.
Luis aparecía segundos antes de que Bibiana me llamara con su
campanita, Luis volvía a estar presente justo antes que la enfermera
llegara. Así que con esa confianza, me entregaba al vació,
desaparecía Luis y solo quedaba conciencia pura, percatación sin
objeto, sin parámetros, sin conceptos, paz sin limites.
Después
de los funerales tocaba ver que quedaba de todo aquello,
¿Desaparecería esa maravillosa locura? ¿Que quedaría de aquella
experiencia? Sorprendéntemente la paz y la imperturbabilidad se
mantuvieron igual. La sensación de vivir en un sueño, la liviandad
que le daba a mi vida esa sensación, mas bien esa certeza, de que
todo lo que ocurría no era real, se mantuvo inmutable.
Y
de forma curiosa apareció un personaje que hacia meses lo daba por
perdido. Mi ego, Luis el personaje, trató de reclamar el terreno
perdido. Intentó embaucarme de nuevo. Aprovecharse de la situación.
Me decía: “Ya lo has conseguido, te has realizado, eres uno de los
grandes, uno entre los pocos”. Me decía: “Tienes que salir al
mundo, que todos vean lo que has conseguido, empezar a enseñar, eres
un maestro”. Pero mi ego era tan ridículamente falso, tan
desesperadamente inoperativo, que me causaba risa. Era tan divertido
verlo tratar, me bombardeaba con conceptos sobre mis hijos, mi
carrera, el futuro... todas esas cosas que antes le habían
funcionado ya no tenían sustancia, ya no engañaban a nadie.
Me
mantuve tranquilo, dispuesto a aceptar que todo podía ser un
espejismo y desaparecer de la noche a la mañana, abierto, sin
deseos, entregado y en silencio. No hablé con nadie, ni siquiera con
mis amigos realizados, no sentí ninguna necesidad de contar lo que
estaba pasando, ¿a quien se lo iba a contar si todo era “Yo”?.
Pasaba
el tiempo, años, y la imperturbabilidad seguía. Vivía como
siempre, hacia lo mismo, incluso a veces forzaba situaciones para
testar, para probar los limites. Pero la paz seguía inmutable,
invitándome a la entrega total, sin esfuerzo, con total confianza.
Luis
de Santiago