martes, 1 de septiembre de 2015

Mi experiencia


Siempre me ha parecido que, el que los seres realizados describan en detalle como fue su realización, no sirve de mucho, incluso puede que sea perjudicial. La mente crea expectativas y trata de reproducir las experiencias, los fenómenos que ocurren, para engañar... para enredar. En mi caso fue tal la naturaleza de mi experiencia definitiva que dudo que nadie quiera reproducirla.

En 1996 Robert Adams me tenia cocinado, muy bien cocinado. Pero voluntariamente decidí no dar, lo que podíamos llamar, “El paso final” en ese momento. Porque y como forman parte de otra historia, que contaré en otro momento.

En el año 2010 a mi esposa Bibiana le diagnostican dos tumores cerebrales inoperables y una espectancia de vida de unos pocos meses. Después de cinco años batallando contra un cáncer de mama, de repente tiene un desmayo en su trabajo y es trasladada en ambulancia a la clínica, donde yo ya estaba a la espera. Un par de horas después el medico me llama aparte para mostrarme los resultados del TAC. Yo pensaba que esas cosas solo pasaban en las películas, pero la pesadilla le estaba ocurriendo a mi personaje. Lo que seria la peor época de mi vida había comenzado teniéndole que decir a Bibiana, esa misma tarde, que su vida se estaba terminando.

Después de un mes hospitalizada bajo cuidados paliativos, y aparentemente restablecida, la dieron de alta y los médicos me dijeron que no me preocupara, que cuando las cosas empezaran a pasar, volviéramos al hospital y ellos se encargarían de todo.

Al llegar a casa, Bibiana y yo decidimos que no volveríamos a un hospital, que lo que tenia que pasar pasaría en nuestra casa y lo pasaríamos juntos, que yo la cuidaría.

Para evitar el drama, ya que esta historia no es acerca de eso, os adelanto el desenlace. Después de 6 meses aparentemente tranquilos, Bibiana trabajaba y disfrutaba de la vida con ciertas limitaciones. Íbamos a terapias alternativas y manteníamos un hilito de esperanza, confiábamos en un milagro. En Agosto toda esperanza se vino abajo, en cuestión de pocos días el deterioro comenzó con una rapidez inusitada, cogiéndonos por sorpresa.

Recuerdo una tarde en que Bibiana me cogió de la mano me miro con pánico en los ojos y me dijo “Luis, me estoy muriendo”.

Todo sucedió como era de esperar, su deterioro constante y el aumento de su dependencia en mi. En los días finales estaba ciega y no podía hablar, aunque podía oír todas las palabras de amor que le decía, lo se por que la calmaban. Nunca le hizo falta morfina, ni sedantes fuertes. Estaba lucida. Así que el 7 de Diciembre de 2011 cogí su linda cabecita en mis manos y le susurre al oído: “Bibiana, mi amor, deja de luchar, no vale la pena, yo voy a estar bien y Dios te esta esperando” Entendió perfectamente que había llegado el momento de dejarse ir.

Pero esta historia comienza de verdad en el momento en que Bibiana me dijo “Luis me estoy muriendo”. Algo paso dentro de mi, muy dentro de mi y pedí, pedí como nunca había pedido. No quería llegar a esa etapa en mi vida creyendo que “Yo” iba a morir. Pedí a mi ser que no me dejara en la ignorancia. Pedí a Robert Adams que me ayudara. Con una fuerza que me sorprendió, pedí a lo que fuera que no me dejara morir con miedo.

Y, como cuando pedí conocer a mi maestro en la tumba de Lester Levenson, la respuesta no se hizo esperar. El dolor de ver a Bibiana muriéndose aumento hasta tal punto... Los pensamientos sobre lo que debía haber hecho para ayudarla y los pensamientos acerca de su irremediable muerte y del futuro sin ella. aumentaron hasta tal punto. El sufrimiento de mi ego llego hasta un punto en que no podía sufrir mas. Había llegado a mi limite. Y el fusible salto. Mi mente ya no funcionaba, mi ego estallo en mil pedazos.

Empecé a vivir en presente, segundo a segundo. No había pensamientos y al no haber pensamientos no había sufrimiento. Pero eso no fue todo, las situaciones tenia una belleza inusitada. Todo lo que me había parecido terrible, injusto, anormal unos días antes, se me antojaba preciosamente natural y fácil, perfecto. Bibiana y yo nos reíamos, nos amábamos, yo disfrutaba de cada segundo, la miraba y la veía tan bella, tan linda. Cambiarle los pañales, ayudar a la enfermera a asearla, darle de comer, lo hacia todo con una entrega, con un amor tan profundo, como nunca había sentido.

Yo no tenia idea de lo que estaba pasando, pensé que me había vuelto loco, que había perdido el norte. Pero no quería cambiar nada. Empecé a vivir una doble vida, frente a los familiares y amigos actuaba como el Luis de siempre, no quería que se dieran cuenta lo loco que estaba.

Había momentos en el día, cuando Bibiana dormía, que me sentaba en silencio en mi despacho y me entregaba a eso que no entendía. Desaparecía en un vació preñado de paz, me entregaba total y completamente. En un principio tuve miedo de desaparecer definitivamente y dejar sola a Bibiana. Pero me fui dando cuenta que este vacío era sabio y volvía a crea a Luis en el momento adecuado. Luis aparecía segundos antes de que Bibiana me llamara con su campanita, Luis volvía a estar presente justo antes que la enfermera llegara. Así que con esa confianza, me entregaba al vació, desaparecía Luis y solo quedaba conciencia pura, percatación sin objeto, sin parámetros, sin conceptos, paz sin limites.

Después de los funerales tocaba ver que quedaba de todo aquello, ¿Desaparecería esa maravillosa locura? ¿Que quedaría de aquella experiencia? Sorprendéntemente la paz y la imperturbabilidad se mantuvieron igual. La sensación de vivir en un sueño, la liviandad que le daba a mi vida esa sensación, mas bien esa certeza, de que todo lo que ocurría no era real, se mantuvo inmutable.

Y de forma curiosa apareció un personaje que hacia meses lo daba por perdido. Mi ego, Luis el personaje, trató de reclamar el terreno perdido. Intentó embaucarme de nuevo. Aprovecharse de la situación. Me decía: “Ya lo has conseguido, te has realizado, eres uno de los grandes, uno entre los pocos”. Me decía: “Tienes que salir al mundo, que todos vean lo que has conseguido, empezar a enseñar, eres un maestro”. Pero mi ego era tan ridículamente falso, tan desesperadamente inoperativo, que me causaba risa. Era tan divertido verlo tratar, me bombardeaba con conceptos sobre mis hijos, mi carrera, el futuro... todas esas cosas que antes le habían funcionado ya no tenían sustancia, ya no engañaban a nadie.

Me mantuve tranquilo, dispuesto a aceptar que todo podía ser un espejismo y desaparecer de la noche a la mañana, abierto, sin deseos, entregado y en silencio. No hablé con nadie, ni siquiera con mis amigos realizados, no sentí ninguna necesidad de contar lo que estaba pasando, ¿a quien se lo iba a contar si todo era “Yo”?.

Pasaba el tiempo, años, y la imperturbabilidad seguía. Vivía como siempre, hacia lo mismo, incluso a veces forzaba situaciones para testar, para probar los limites. Pero la paz seguía inmutable, invitándome a la entrega total, sin esfuerzo, con total confianza.

Luis de Santiago